Dentro de cada organización hay innovadores innatos que, sin saberlo, día a día innovan en sus prácticas laborales generando valor a la empresa. Estas son personas que están constantemente buscando mejores maneras de hacer su trabajo, y con un espíritu creativo personal que les permite dar con soluciones mejores que las actuales. Generalmente este valor pasa desapercibido ya que son innovaciones microscópicas principalmente focalizadas en procedimientos personales o de pequeños grupos.

Muchas empresas o emprendedores dicen apoyar la innovación, considerándola un pilar clave en sus negocios. Sin embargo, gran parte de ellos respalda la innovación de la misma forma en que podrían respaldar al Dalai Lama, o bien, oponerse a la caza de las ballenas: como algo positivo –deseable, incluso-, pero que no tiene nada que ver con ellos, ni con el día a día de su organización.
 
En este sentido, surgen algunas preguntas: ¿Cómo convertimos la innovación en un proceso gestionable, deliberado, repetible, medible?

Hoy, en que todo está siendo desafiado producto del avance tecnológico y el viejo status quo ya no es más relevante, abunda la disrupción, y parece no haber mejor tiempo que hoy para pensar “fuera de la caja” y en generar nuevos métodos de resolución de problemas. La creatividad en sus variadas formas se ha transformado en el nuevo activo estratégico de las empresas.

La experiencia en Chile sugiere que las empresas no están innovando a la velocidad requerida.