PIONEROS  
ASCENSORES DE VALPARAÍSO: TECNOLOGÍA, VISIÓN E INGENIO
La aventura de ascender

Hace más de 100 años se inauguró en Valparaíso el primer ascensor del puerto en medio de una gran polémica pública. Esta es una historia de innovadores, de tenacidad, de aventureros de la creación.


Carolina Trejo

Ese sábado 1º de diciembre de 1883, los vecinos de Valparaíso comenzaron desde muy temprano a tomar posesión del Cerro La Concepción. Nadie quería perder detalle de lo que prometía convertirse en una de las más ingeniosas soluciones viales de su tiempo: la inauguración del primer ascensor del puerto.

Mientras el Orfeón Municipal interpretaba "Ondas del Danubio", las diversas autoridades y algunos escogidos se instalaban tanto en el carro que debía subir como en el que haría el viaje de bajada. Cuando se dio la partida, el público expectante, que por cierto incluía una buena cantidad de escépticos, vio con asombro como ambos carros se ponían en movimiento, dando inicio a una de las más arriesgadas aventuras de la cual habían sido testigos.

Pero la tensión se transformó en asombro, alegría y aplausos, cuando ambos carros, en el momento mismo en que se encontraban a mitad del camino, se detuvieron y los audaces pasajeros intercambiaron, a través de las ventanillas, copas con champaña, brindando por el éxito. "Luego, vaciadas las copas, siguieron su marcha ordinaria... sin el menor inconveniente", de acuerdo a lo relatado por El Mercurio.

Liborio Brieba, maestro, escritor, periodista y por sobre todo, hombre visionario, había sido el gestor de tal ingenioso transporte. Interiorizado acerca de lo que ocurría al respecto en diferentes urbes europeas y conociendo las necesidades de la ciudad, ideó un aparato mecánico que pudiera transportar a las personas desde y hacia lo alto de los cerros, con el que se lograría ganar tiempo y comodidad.

Para ello debió desplegar prologados esfuerzos destinados a convencer a las autoridades, los financistas y vecinos, de los beneficios de esta novedosa empresa. En abril del año 1882 y luego de varias solicitudes y explicaciones técnicas sobre la conveniencia de la instalación de este aparato, Liborio Brieba lograba por fin el permiso de construcción vial. El entonces Ministro del Interior, don José Manuel Balmaceda, le otorgó el privilegio exclusivo de "establecer en los cerros de Valparaíso y en los establecimientos mineros los ascensores mecánicos de su invención". Esta positiva respuesta se explicaba, debido a que las autoridades buscaban soluciones para el explosivo auge económico y demográfico experimentado por el puerto entre 1870 y 1880.

Con esta concesión, Brieba fundó la Compañía de Ascensores Mecánicos. La empresa procedió inmediatamente a escoger, entre la cuarentena de cerros del puerto, aquel que protagonizaría su proyecto. El cerro La Concepción fue el elegido. Su gran concentración comercial, su ubicación en la zona portuaria y su flujo poblacional, lo hicieron el más propicio para instalar el novedoso aparato.

Según el ingeniero civil Luis Acuña, quien el año pasado investigó el diseño industrial de los ascensores de Valparaíso, Brieba proyectó una revolucionaria máquina de arrastre. Fue muy ingenioso, explica, porque "con un sistema de balanza de agua, aprovechó de construir trenes en pares con un uso de energía muy bajo".

Los dos vehículos de madera estaban colgados desde un mismo cable, uno en la parte superior y el otro en el extremo inferior del recorrido, con lo cual los pesos quedaban equilibrados. Sólo se debía transportar la diferencia de carga entre las dos cabinas. Para ello, ambos carros llevaban en su parte inferior un depósito de agua, con capacidad para contener un mayor peso al que estaba en la parte baja, con los pasajeros que ascenderían. Al anunciarse la partida, el maquinista abría una válvula que hacía entrar el agua al depósito. Una vez lleno éste, se cerraba la válvula de entrada del agua y el carro descendía. Cuando el vagón llegaba a la parte baja, se eliminaba el agua.

Con este mecanismo la inversión financiera fue mínima, puesto que los terrenos ocupados fueron donados por el municipio y tanto los carros como la maestranza eran chilenos. Lo único importado fue el cable de acero flexible, producto inventado sólo trece años antes, y que permitía un funcionamiento seguro de los vagones. Este elemento mitigó las desconfianzas que, ante el público, generaba un ingenio que pretendía encaramarse por una pronunciada pendiente.

Temores y críticas

Muchas personas se mostraron reticentes ante la idea de Brieba: "Desconfiaban de aquel aparato desconocido y consideraban su estructura demasiado vertical, muy pesada y muy apta para desplomarse y romper justamente con sus fierros el alma de los audaces que corrieran la aventura de usar ese carruaje raro y desafiante", como denunció la prensa de la época.

El escritor rechazó las críticas de quienes sostenían que los ascensores no eran seguros y recordó la guerra que se le hizo al ferrocarril. Desafió a sus detractores, señalando: "Yo subiré al ascensor con los trabajadores que en él laboraron, con las autoridades que tienen plena fe y con los que deseen acompañarme". De tal forma demostró su confianza hacia el aparato.

Los críticos de éste vieron la oportunidad de volver a atacar al invento, cuando se produjo el primer accidente, a la semana de inaugurado el ascensor. El 8 de diciembre de 1883, cuando se desocupaba el vagón superior, éste "bajó súbitamente en el momento mismo en que una señorita ponía el pie en la plataforma. Como era natural, dicha señorita se encontró de repente estrechada entre el carro y el tabique de madera...Se salvó, pero magullada gravemente en varias partes, con el traje roto y un collar de oro hecho pedazos". Así lo relató a los cronistas un testigo del incidente y con ello ejemplificó los temores de los porteños.

La respuesta de Liborio Brieba no se hizo esperar y dos días después apareció, en El Mercurio, la explicación de lo sucedido y garantizó la seguridad de su vehículo. "Lamento profundamente lo ocurrido y aseguro a usted que desde ese momento se han redoblado las preocupaciones que desde un principio se han tomado", señaló.

Pero pese a los temores, los habitantes de Valparaíso convirtieron al primer ascensor en un éxito rotundo. Con una capacidad de siete pasajeros por vagón, entre el sábado 1º y el domingo 9 del mismo mes de su inauguración, habían viajado 6.969 personas. El 29 ya se contaban más de 23.000 personas que habían utilizado los servicios del ascensor.

Entre ellas "algunas niñas porteñas que iban y venían tan alegres y confiadas, como si sólo se tratase de dar algunas vueltas en carrusel", como informó la prensa de entonces. Este impacto se debió a la curiosidad de los vecinos y a la falta de otro medio de transporte tan rápido y expedito.

Hasta ese momento los porteños accedían al cerro por medio de agotadoras escaleras o a lomo de burro. No se puede olvidar, además, que éste era uno de los lugares con mayor densidad poblacional y comercial de la ciudad.

El buen resultado alcanzado motivó a otros empresarios a intervenir en la instalación sucesiva de ascensores. Pero la tecnología se modificó. Los inesperados cortes de agua, la lentitud de llenado de los depósitos y la reducida capacidad de carga, impulsaron a esos empresarios y al propio Brieba a invertir en nueva tecnología.

Un intervalo de vapor y cenizas

Con una vasta experiencia en el uso de la energía alimentada por carbón en la minería, su incorporación en los ferrocarriles de arrastre fue una cuestión de costos. Los felices resultados que tuvo este medio de transporte, llevó a sus dueños a importar maquinaria de vapor desde Inglaterra y Alemania.

Diez años después de la aparición del primer ascensor, el elevador del cerro Artillería funcionaba con esta maquinaria. Los cadetes de la Escuela Naval, ubicada en la estación alta del servicio, accedían cómodamente y disfrutaban de la privilegiada vista que ofrecía el cerro Playa Ancha, lugar donde se instaló la nueva máquina alimentada por carbón.

Esta funcionaba con una caldera donde se calentaba el agua, y que por medio de cañerías, conducía el vapor que movía la maquinaria. Ella consistía, como explica Luis Acuña, "en un sistema de pistones, con biela y manivela que convertía la presión y el calor del vapor en movimiento". Este vapor era controlado por un operario que abría o cerraba una válvula para darle entrada al motor. Con ello se pudo dar la continuidad que se requería, según la cantidad de pasajeros que se debía trasladar.

Quienes querían utilizar el nuevo sistema debían ajustarse al horario dispuesto por la empresa.

Este comenzaba a las 06:00 de la mañana, finalizando a las 22:00 horas. Un pito de vapor indicaba el momento en que se iniciaba el servicio y, quince minutos antes, la hora en que terminaba. Por las noches los carros subían y bajaban en medio de chispas rojizas y humo de las calderas, dando un espectáculo que podía ser visto desde distintos lugares de la ciudad. La modernización invadió el puerto. La construcción de nuevos ascensores dejó de ser una aventura y se transformó en un buen negocio y en una exigencia social.

La electricidad perfecciona el sistema

Veinticinco años de modernización tecnológica introducida en los ascensores reflejaron su presencia a nivel nacional. Ello porque Valparaíso fue una ciudad pionera y la puerta de entrada de los adelantos técnicos. Se constituyó en la primera urbe que tuvo iluminación a gas, telégrafo y teléfono, además del ferrocarril interurbano.

Por esto, cuando se inauguró el primer ascensor eléctrico en el puerto no fue sorprendente que estuviera dotado de los "últimos adelantos en la materia", como publicó El Mercurio. Al mediodía del 17 de abril de 1909, la Compañía de Tracción Eléctrica de Valparaíso efectuó el estreno del nuevo elevador del cerro Barón. Hombres, mujeres y niños se agolparon para presenciar el acto de apertura.

La electricidad mejoró la calidad del servicio y permitió abaratar los costos de funcionamiento.

La energía eléctrica era más fácil de operar y por ello los precios disminuyeron. El costo se redujo a una cuarta parte del valor anterior. Sólo se debía conectar un cable a la red pública, y se evitaba toda la faena de transporte, almacenamiento, quema y contaminación que producía el carbón. Asimismo, se disminuía el personal, al restar las tareas mencionadas y se evitaban los riesgos de incendios.

La maquinaria del ascensor Barón fue traída por completo desde Europa. Las poleas, los cables, los engranajes, las coronas, los sistemas de frenado, las cremalleras provenían de Alemania.

Ello porque, a pesar de los adelantos conseguidos en el país, no existía la tecnología suficiente para producir la maquinaria y los repuestos requeridos para el perfeccionamiento del servicio. Lo rentable del negocio posibilitó la importación de toda esta tecnología. Los primeros viajes en este ascensor se volvieron muy populares. Sus travesías por la avenida Portales con una vista general del puerto, desde el lado norte, convirtieron a este aparato en visita obligada para los vecinos.

A partir del estreno de `el eléctrico', como se le conoció, los trece ascensores, hasta ese momento construidos, y los futuros proyectos fueron, paulatinamente, adaptando su maquinaria a la nueva fuente de energía.

Entre 1883 y 1930 se construyeron 27 ascensores que facilitaron el desplazamiento de los porteños.

Hoy quedan funcionando quince de ellos. Todo este despliegue tecnológico testimonia el desarrollo alcanzado por Valparaíso y grafica una época en la que la iniciativa particular y el apoyo gubernamental permitieron el progreso nacional. Cada uno de estos proyectos surgió como resultado del ingenio y de la visión de Liborio Brieba quien, asociado con el Estado, elaboró una solución tecnológica que hasta hoy tiene vigencia.

 
Revista Correo de la Innovación.
Copyright © 1997
Las 27 máquinas
Nombre del Ascensor Año de Construcción
CONCEPCION 1883 *
CORDILLERA 1886 *
ARTILLERIA 1893 *
BELLAVISTA 1897
PANTEON 1900
EL PERAL 1902 *
REINA VICTORIA 1903 *
MARIPOSAS 1904 *
ARRAYAN 1905
ESMERALDA 1905
FLORIDA 1906 *
VILLASECA 1907 *
LA CRUZ 1908
BARON 1909 *
LARRAIN 1909 *
SANTO DOMINGO 1910
ESPIRITU SANTO 1911 *
LAS MONJAS 1912 *
SAN AGUSTIN 1913 *
PLACERES 1913
MERCED 1914
RAMADITAS 1914
LOS LECHEROS 1915 *
POLANCO 1916 *
LAS CAÑAS 1925
DELICIAS -
PERDICES 1932
(*) Ascensores que funcionan actualmente.

 

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LIBORIO BRIEBA, UN PIONERO VANGUARDISTA

Reconocido como un hombre de letras, este audaz escritor nació en Santiago en 1841. A los diez años ya formaba parte del renombrado Instituto Nacional. Atraído por la labor pedagógica, prosiguió sus estudios en la Escuela Normal donde se graduó de maestro en 1858. Una vez titulado fue nombrado oficial del Ministerio de Instrucción Pública y, más tarde, visitador de escuelas primarias. En 1891 se le designó inspector general del mismo servicio.

Paralelamente a su actividad educativa, Brieba desarrolló una labor periodística y literaria que lo convirtió en uno de los novelistas más populares de su tiempo. Junto a Daniel Barros Grez y Martín Palma, fue un ferviente cultor del folletín, género que gozó de gran reputación en Chile durante el siglo pasado, cuando la prensa nacional publicaba profusamente otras folletinescas, especialmente de autores franceses como Alejandro Dumas y Eugène Sue.

Editor y redactor del diario Las Novedades, su primera novela la escribió con el seudónimo de Mefistófeles, titulándola "Los anteojos de Satanás". Pero su gran triunfo llegó con "Los Talaveras" en 1871, novela histórica que recrea el período de la Reconquista española en Chile.

Vista la acogida que tuvo esta obra, cuatro años después publicó "El capitán San Bruno". Con un lenguaje ameno, simple y fluido recreó relatos y personajes que atrajeron al público.

Su capacidad creativa no se limitó al campo de las letras. A los cuarenta años, Brieba emprendió una de las aventuras más visionarias e innovadoras de su época: diseñó el primer ascensor de Valparaíso. Como señala Jaime Migone, director del Centro de Conservación del Patrimonio Arquitectónico Latinoamericano: "Fue un hombre visionario al elaborar una respuesta tecnológica que ha perdurado hasta hoy. Esta sigue siendo la solución más inteligente para acceder desde los cerros al plan de la ciudad. Su idea sigue teniendo una tremenda vigencia después de cien años", agrega.

En 1882 el Gobierno le otorgó el permiso de construcción de la nueva máquina y, en diciembre de ese año, fundó la Compañía de Ascensores Mecánicos de Valparaíso, incursionando en el ámbito empresarial.

Este multifacético personaje, que se destacó en cada una de las tareas que emprendió, murió en 1897, a la edad de 56 años.